Nota del editor: Jeremy Opperman es miembro del Grupo de Trabajo sobre Diversidad, Equidad e Inclusión de Rotary y colabora habitualmente con este blog sobre temas relacionados con la inclusión de personas con discapacidades.
Hace poco fui testigo de una pequeña controversia durante un debate de alto nivel sobre estrategia organizativa. Esencialmente, se trataba de determinar si es prudente o apropiado destacar los errores del pasado y reconocer con pesar que una organización se equivocó. El contexto en este caso era la Diversidad, la Equidad y la Inclusión (DEI). Me resultó interesante comprobar que no todos estuvieran de acuerdo con la idea, prefiriendo restar importancia al pasado y destacar las prácticas inclusivas futuras.
Cuando me preguntaron, afirmé categóricamente que revelar y reconocer los fallos del pasado es esencial si se desea conseguir un cambio en materia de diversidad e inclusión. Como ejemplo, utilicé la analogía de una persona que necesita indicaciones para visitar el hogar de alguien.
Lo primero que esa persona te preguntará es: «¿desde dónde vienes?»
Es normal que las personas se sientan incómodas cuando se enfrentan al pasado mientras desean progresar en un área que les resulta desconocida. Sin embargo, con demasiada frecuencia el problema radica en la ignorancia genuina o intencionada de la gente sobre las cuestiones que dieron lugar al statu quo.
Hay que enfrentarse a esto con hechos concretos para que se den cuenta de que el cambio es primordial, simplemente porque sería totalmente inaceptable seguir con el statu quo. En una palabra, hay que decir la verdad.
La lentitud en la implantación de la DEI en muchas organizaciones y sociedades puede atribuirse sin duda alguna a la ignorancia tanto deliberada como genuina. Es esencial enfrentarse a ella con hechos y realidades para crear una base de trabajo sobre la que se pueda impulsar un cambio práctico.
Por eso, en mi trabajo como profesional de la diversidad, dedico mucho tiempo a disipar mitos y a mostrar los hechos y realidades de la situación. De qué otra manera podrían saber, por ejemplo, que en Sudáfrica el 65 % de los niños con discapacidades no van a la escuela; o que sólo hay 400 escuelas especiales en el país y que menos de 70 de ellas llegan hasta el grado 12; o que menos del 1 % de las personas con discapacidades están empleadas; o que prácticamente todo el transporte público es inaccesible para personas con incapacidades motoras; o que en el mundo, menos del 6 % de los libros y medios de comunicación son accesibles para las personas con discapacidades visuales, como las personas que sufren ceguera.
Estas realidades no se exponen para solicitar compasión, sino para despertarnos y exigir un cambio.
Mientras sea la verdad, aplaudo que se revele.