Por Brian Carman, expresidente del Club Rotario de Vero Beach Sunrise (EE.UU.)
Este proyecto comenzó como lo hacen la mayoría de los proyectos de Rotary. Me invitaron a participar en una nueva iniciativa del Club Rotario de Vero Beach Sunrise. Yo debía visitar la República Dominicana para informarme sobre los esfuerzos que se llevaban a cabo a nivel local para mejorar el suministro de agua potable. Tres expresidentes de mi club lideraban el proyecto el cual aprovechaba la labor que previamente habían realizado varios clubes rotarios de Michigan. Yo, como presidente electo, deseaba recabar información.
La idea del proyecto era evaluar las necesidades de la comunidad local y, si encontráramos soluciones que pudieran implementarse y mantenerse en el tiempo, nosotros proporcionaríamos tantos fondos como pudiéramos. Nuestro apoyo incluyó el suministro de filtros de bioarena que potabilizan el agua y la construcción de acueductos que distribuyen el agua potable a varias aldeas muy pobres de las montañas.
Al investigar los niveles de alfabetización en estas áreas de bajos ingresos, advertimos que otras organizaciones ya habían lanzado algunos proyectos educativos innovadores y pronto nos unimos a sus esfuerzos. Muchos clubes rotarios participaron en estas iniciativas. Nuestro club equiparó los fondos proporcionados por otros clubes, pero también otros clubes equipararon los nuestros. Como resultado, forjamos una alianza que nos permitió prestar ayuda cuando y donde se necesitaba.
En viajes subsiguientes, incluimos programas de orientación a mujeres jóvenes que deseaban continuar sus estudios, este fue el programa “Nuevos Horizontes”. Luego, nuestro jefe de equipo, el Dr. Rick Root, comenzó a llevar dentistas a las aldeas para proporcionar atención médica necesaria a la zona. Este es un tema que, por sí solo, ocuparía todo un artículo separado. ¡Es realmente asombroso!
Un beneficio adicional que obtuvimos de este proyecto fue la labor de nuestro comité. Gracias a él, aprendimos a trabajar unos con otros, a pesar de nuestras diferencias. Tras algunas discusiones, alcanzamos un acuerdo, prevaleció el respeto mutuo y logramos mejores resultados. Como socio con más de 20 años de trayectoria, esta experiencia no tiene precio.
En cada viaje (he hecho seis en otros tantos años), volvíamos a visitar nuestros proyectos para comprobar por nosotros mismos su funcionamiento. Habíamos invertido en estas comunidades y queríamos asegurarnos de que siguieran siendo viables y sostenibles. Vimos pisos de concreto donde había pisos de tierra, agua en los grifos donde antes no había, agua limpia para cocinar y para bañarse. Y mujeres jóvenes con becas financiadas por nuestro club que ahora sirven de mentoras de niñas.
Vimos que nuestras inversiones resultaron en personas más sanas, mejores comunidades y sonrisas, ¡oh, esas sonrisas! No se puede poner precio una sonrisa, pero esa fue la moneda en la que recibimos nuestro pago como rotarios.
Sin darme cuenta, me había involucrado en la vida de los habitantes de estas aldeas. Sabía sus nombres, conocía a sus familias y comía con ellos en sus casas. Trabajamos juntos, jugamos juntos y cantamos juntos, e incluso discutimos en ocasiones.
No sé cuánto yo, o nosotros, cambiamos sus vidas. Lo que sí sé, sin duda alguna, es que este proyecto cambió la mía.
Fuente: Las voces de Rotary
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