Blog del Comité de Membresía
Juan Losada del Rotary Club de Torrelavega, brillante colaborador de este blog, nos regala esta inspiradora experiencia de mi entrañable y querido amigo Jesús Mari Martelo del Rotary Club de Vitoria. Experiencia que nos hace sentirnos más orgullosos, si cabe, de ser rotarios.
Compartiendo momentos de amistad con Jesus Mari Martelo en la Convención de Hamburgo
Uno entra en Rotary para dar, no para recibir. Procuramos devolver a la sociedad parte de lo que hemos recibido por agradecimiento y con intención de contribuir a hacer un mundo mejor. Sin embargo, en ocasiones, también se recibe.
Me han pedido que ilustre este blog de membresía con algunos ejemplos. El primero que me ha venido a la cabeza es el siguiente:
11 de septiembre de 2001. Todos recordamos la fecha: son de esas que se nos quedan tatuadas en la memoria y cada uno se acuerda de dónde estaba y qué hacía. Un compañero nuestro, Jesús Martelo Ortiz de Zárate, del R.C. de Vitoria, y otro rotario que le acompañaba, volvían en un vuelo de Chicago a Madrid vía Washington cuando tuvieron lugar los atentados a las Torres Gemelas. En el Aeropuerto Internacional Washington-Dulles les bajaron del avión y fueron informados de que el espacio aéreo Estados Unidos quedaba cerrado. Les sacaron el equipaje de la bodega y les indican que los vuelos internacionales salían con cuentagotas.
Son acompañados a una fila para intentar facturar en el siguiente vuelo a Madrid. Todas las pantallas de toda la terminal que identificaban los vuelos parpadeaban con la indicación de Cancelled. Las colas salían del aeropuerto y continuaban por la calle, donde no paraban de sonar sirenas… Todo el mundo intentaba huir del país. Miles de personas en fila para pasar los controles de seguridad y que llevaban horas con paciencia estoica y miedo contenido. Personas de todas las razas, con sus equipajes y sus miradas nerviosas, pendientes de las noticias que aparecían en las pantallas del aeropuerto o las que recibían a través de sus teléfonos móviles —no existían todavía los teléfonos “inteligentes”—. No paraban de sonar llamadas de familiares y amigos preocupados dentro del desconcierto mundial que se estaba viviendo.
Pasó un cuarto de hora. Luego media, tres cuartos… y la cola apenas parecía avanzar. Al ritmo al que lo hacía, Jesús calculaba que no llegarían a coger el vuelo. Se resignaron a continuar en la fila porque no tenían otra alternativa mejor.
El aeropuerto estaba tomado por las fuerzas de seguridad. Nunca habían sido más conscientes de la cantidad de policía que escrutaba cada bulto sospechoso, cada rostro inusualmente tenso, cada documento y cada equipaje. Incluso miembros de ejército con el uniforme de combate y fusiles en ristre recorrían en máxima alerta las terminales.
Poco a poco, Jesús y su compañero arrastraban exasperados su cansancio en la cola, más lenta que el bostezo de un perezoso. Cada vez era más seguro que iban a perder el vuelo y con la incertidumbre por los atentados puede que tardasen días en conseguir otro billete. A su lado pasó una policía afroamericana, de baja estatura, algo entrada en carnes en un uniforme azul oscuro que parecía poner a prueba las costuras. Se les quedó mirando. Tras escanearles de arriba abajo se fijó en sus solapas y reparó en el pin rotario que llevaban ambos. Les pregunta en inglés si son rotarios, a lo que ambos responden afirmativamente. Les pide la documentación: pasaporte, billetes de vuelo, tarjetas de embarque y el carné que acredite su condición de rotarios. Los examina durante unos segundos y les pide que abandonen la fila y que la acompañen.
—Follow me, please —les ordena.
Temían perder aún más tiempo y tener que reincorporarse a la fila de nuevo en el exterior del aeropuerto Washington-Dulles. Pero temían aún más oponer cualquier tipo de resistencia a una policía americana en un día como aquel y la siguieron obedientes arrastrando el equipaje por el suelo brillante de la terminal. En pocos minutos llegan a una puerta de emergencia. La agente teclea el código de seguridad en una placa de botones y ésta se abre. Les invita a pasar y les desea buen vuelo.
Acababa de franquearles el acceso directo a la zona de embarque y de garantizarles coger el vuelo a Madrid a tiempo y sin problemas:
Por ser rotarios.
Son más las anécdotas que espero contaros y si alguien desea compartir la suya no tiene más que ponerse en contacto conmigo o contarla él mismo.
Como reflexión final, me gustaría recuperar el carné físico de rotario. No es ésta la única anécdota en la que hizo falta contar con él. No es necesario que sea una tarjeta de tanta calidad como la anterior desaparecida, pero sí alguna tangible que llevar encima y poder exhibir. Yo, por ejemplo, he personalizado la tarjeta de crédito, utilizando el brand center, y así saco a la vista a Rotary cada vez que pago. Lanzo el mensaje al gobernador que quiera recibirlo.
Juan Losada – Rotary Club de Torrelavega Cantabria
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