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Rotarios de Durango, Colorado (EE.UU.) se unieron a la Nación Navajo para llevar luz de energía solar a hogares remotos que no estaban conectados a una red de electricidad en la reserva indígena más grande del país.
Por Kate Sieber Producido por Stuart Cleland
Tras décadas de elaborar pulseras, dijes y collares de flor de calabaza, Jerry Domingo sabía que tenía de dejar de hacer joyería porque ya no podía ver bien.
Los navajos como Jerry Domingo están atrapados en terrenos aislados conocidos como “Tableros de Ajedrez”.
Domingo, un fornido abuelo, orfebre y predicador navajo, vive en una casa de una sola habitación, más pequeña que un garaje para un automóvil en el desierto cubierto de artemisas azotadas por el viento cerca de Nageezi, Nuevo México.
Su casa está a escasos kilómetros de las pintorescas zonas baldías que pintaban Georgia O’Keefe y Dzilth Na-o Dithle, el portal sagrado donde los navajos creen que aparecieron los primeros hombres en la Tierra. Sin embargo, está a una larga distancia de todo lo que el mundo moderno parece prometer: tiendas de abarrotes, fuentes de empleo, atención médica. La casa de Domingo es nueva, con paredes sin pintar, pisos de madera contrachapada y una cocina de leña, pero sin aislamiento ni electricidad.
Curiosamente, el tendido eléctrico atraviesa el terreno a escasos cientos de metros de la puerta principal de Domingo, pero con todos los permisos y trámites necesarios para tener acceso a la electricidad, el costo ascendería a más de US$ 30 000.
Domingo, con sus cabellos plateados y su plácido y ancho rostro, comenzó a hacer joyería en la década de 1970, cuando fue a trabajar al taller de su tío. Con el paso de los años, perfeccionó su trabajo y los clientes empezaron a hacerle encargos.
Ahora Domingo vende sus piezas cuando viaja a predicar por toda la reserva indígena, pero su deteriorada visión le ha impedido cada vez más hacer trabajos que requieren mucho detalle. Después de todo, le toma cuatro días hacer un collar de flor de calabaza.
Por la noche, la luz de las lámparas de querosene es demasiado débil. Incluso durante el día, el interior de la casa está lleno de sombras, lo que hace difícil martillar y soldar el metal para crear la pieza.
“Cuando trabajo con plata, tengo que esperar hasta que sol entre por la ventana”, explica Domingo, vestido con su sudadera gruesa de los Dallas Cowboys para protegerse del frío y sus grandes anillos de turquesa en sus dedos, mientras trabajaba en un collar desde hace más de un año. “Realmente no sé lo que estoy haciendo cuando está oscuro. Haría una gran diferencia no trabajar en la oscuridad”.
A través de un pastor de una iglesia local, Domingo se enteró de un programa del Club Rotario de Durango, Colorado (EE.UU.) que lleva luz solar a hogares remotos en la reserva navajo.
La luz proveniente de la energía solar es algo simple: solo un pequeño panel del tamaño de una bandeja para hornear montada sobre el techo con un poste, de ahí se extiende un cable que va del panel hasta la casa, donde hay ganchos desde los que cuelgan hasta tres luces en el cielorraso. Para encender las luces, Domingo simplemente tiene que tocar un botón.
Para usar la luz como linterna para salir por la noche, simplemente la desengancha. Una lámpara totalmente cargada emite una luz tenue por 75 horas o luz brillante por 7½ antes de que tenga que recargarse.
Pero en esta casa, la luz es mucho más: ofrece todo un mundo de posibilidades.
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