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Una tradición familiar y la campana de Rotary del Centenario de LFR
La familia Marinelli lleva más de 1.000 años fabricando campanas a mano y ahora han forjado la campana de La Fundación Rotaria
Por Diana Schoberg
Fotografías de Danilo Di Nucci
Podría tratarse de una escena de la Edad Media, la leña en el suelo apilada a lo alto, campanas de arcilla colgadas del cielorraso, bajorrelieves de madonas y santos de yeso blanco en las paredes. La luz del sol que se filtra a través de una ventana ilumina a un sacerdote que santigua con agua bendita y reza una letanía a la Virgen María, mientras los presentes en la sala repiten prega per noi, “reza por nosotros”. El oro del clérigo combina con el bronce fundido que recibe su bendición mientras fluye por una canaleta de ladrillo hacia un molde enterrado en el suelo de tierra.
Es como un viaje al pasado, pero estamos en 2017, en Agnone, Italia, donde vinimos para presenciar el nacimiento de una campana, proceso en el cual culmina una tradición milenaria en solo dos minutos de máxima expectativa. Cuando concluye el proceso, Armando Marinelli dirá unas palabras y recorrerá la sala, estrechando las manos de los presentes en la última forja de una campana en los 1.000 años de historia de la prestigiosa fundición italiana. Armando y su hermano Pasquale constituyen la 26ª generación a cargo de Campane Marinelli, la segunda más antigua empresa familiar del mundo.
Salimos de Roma en automóvil y llegamos a Agnone aproximadamente en tres horas. Es un día de primavera, soleado y cálido. Atrás dejamos un paisaje de cactus y palmeras, y comenzamos un ascenso lleno de curvas a través de las colinas del centro-sur de Italia. Al adentrarnos en las montañas, el aire se hace más seco y al costado de la carretera observamos la presencia de numerosas vacas y ovejas. Nos trasladamos a este pueblo de 5.200 habitantes para asistir al nacimiento de una campana fundida especialmente para celebrar el Centenario de La Fundación Rotaria.
“Aquí todo es más artesanal”, afirma Armando Marinelli, socio y ex presidente del Club Rotario de Agnone, al referirse a su pueblo, mientras disfrutamos un suculento almuerzo con queso, salchichón y pizza con i cicoli (plato regional que consiste en focaccia horneada con cortezas de cerdo). Nos encontramos en una baita, hostería montañesa donde los propios clientes pasan a la cocina y se sirven la comida. Agnone es famoso por la fundición de campanas (esa misma noche, en otro restaurante nos sirvieron ravioles en forma de campana) y también gozan de merecida fama los elaboradores de quesos, cuyas actividades datan de hace 400 años, y varias panaderías tan especializadas que Marinelli puede identificarlas con solo mirar los diversos panes.
“La fundición atrae a los turistas. Vienen aquí, compran queso y comen en los restaurantes”, indica Luigi Falasca, gobernador del Distrito 2090 en 2013-2014, quien reside en la localidad y, al igual que Marinelli, es socio del Club Rotario de Agnone. “Es un pueblo medieval hermoso. Tenemos historia, y la gente nos descubre debido a la fama de nuestras campanas”.
Y fue, precisamente gracias a la fundición, también, que Marinelli se enteró sobre Rotary. Cuando niño, veía a los gobernadores de distrito hacer pedidos de campanas para sus clubes. Se acuerda de que se presentaban bien vestidos y que su padre y su tío hablaban de los rotarios, aunque no sabían nada de la organización que representaban. Más adelante descubrió que todos esos rotarios sustentaban los mismos valores. Eran gente honrada, altruista y solidaria. Y los inspiraron a él también a ser como ellos, y así fue como Marinelli ayudó a fundar el club de Agnone en 1988.
“Mediante Rotary, te conectas con personas que comparten las mismas metas y que valoran la amistad por sobre todas las cosas”, señala “Y con la amistad y sin egoísmo es posible superar grandes obstáculos”.
Armando Marinelli (izquierda) fabrica campanas de la misma manera que su familia viene haciéndolo desde hace 26 generaciones. Funden el bronce a 1.200 grados centígrados en un horno bajo tierra, antes de verterlo en el molde.
En la copa del árbol genealógico que engalana el museo de la fundición se ubica el nombre de Nicodemus Marinelli, cuya campana firmada por él mismo en 1339 es la más antigua reliquia que se conserva de la dinastía Marinelli. Se cree, también, que otra campana que se exhibe, del siglo XIII, fue fabricada por la familia. Los artefactos en uno de los pasillos del museo constituyen una reseña histórica del siglo XX: una campana conmemorativa de la presencia italiana en Eritrea, la campana utilizada en la reconstrucción de la abadía de Montecassino, destruida en la Segunda Guerra Mundial y uno de los numerosos casquillos de balas recogidos por niños albaneses en 1998, cuando fueron fundidos para forjar una campana de la paz.
Los estudiosos creen que fueron los mercaderes venecianos quienes llevaron la metalurgia a Agnone en el siglo XI, y los numerosos monasterios de la zona dieron abundante trabajo a una verdadera legión de forjadores de campanas, explica Paola Patriarca, escultora de la fundición y esposa de Armando Marinelli. En aquellos lejanos días, los fundidores forjaban campanas en las propias Iglesias, a menudo bajo el campanario para evitarse desplazamientos con su pesada carga. Se utilizaban solo materiales locales, incluidos los objetos metálicos que donaban los feligreses para ser fundidos. (Incluso en la actualidad, hay gente que deja caer anillos o recuerdos familiares en la aleación fundida).
Otra sección del museo conmemora la relación entre la familia Marinelli y el Vaticano. En 1924, el Papa Pío XI, para rendir homenaje a la fundición, decretó que podían utilizar el escudo de armas papal en sus campanas y en 1995, el Papa Juan Pablo II les dio la bendición durante la forja de una campana; todavía se conserva la silla repujada en oro en la que se sentó el Sumo Pontífice durante su visita. El propio Juan Pablo II comisionó la fabricación de una campana para los jubileos de 2000 y 2016. Asimismo, en 2016, la fundición forjó una campana y nuevas puertas de bronce para la Basílica Papal de Santa María Maggiore, por encargo del Papa Francisco.
Aunque la mayor parte de las campanas de la fundición se destinan a iglesias católicas de Italia, también se las encuentra en sitios como la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, un campo de golf en Sapporo (Japón), en Bodega Bay, California, como homenaje a un chico cuya muerte ocurrida durante un intento de robo de automóvil cuando se encontraba de vacaciones con su familia en Italia dio inicio a un movimiento para la donación de órganos, y en la Sede de Rotary, en Evanston, Illinois (EE.UU.), donde se conserva una campana que se forjó para conmemorar el Centenario de Rotary International en 2005.
No obstante, Marinelli se sigue preocupado por el futuro. En el siglo XIX, Agnone contaba con cuatro o cinco fundiciones de campanas, pero en la actualidad, su empresa familiar es la última que queda en el pueblo y una de las últimas del mundo en las que aún se fabrican campanas a mano. Hay mucha diferencia entre una campana artesanal y una industrial, indica Marinelli, quien hace notar que las nuevas campanas de la Catedral de Notre Dame de París carecen de las cualidades que él considera imprescindibles. “El sonido nunca es el mismo. Suenan como si fueran de lata. Nada que se parezca a un sonido musical”, añade. “Es como todo. Compras ropa y comparas varias prendas, todas ella de algodón, pero una camisa de diseñador se nota que es distinta que una camisa barata que venden a 10 dólares”.
Nadie se hace rico fabricando 50 campanas al año, como los Marinelli. La nueva tecnología facilita el trabajo, pero en un país donde se valora la artesanía del Viejo Mundo, romper con una tradición milenaria se consideraría poco menos que inmoral.
“Romper nuestros lazos con el pasado sería como fundar una nueva empresa”, señala Marinelli. “No se nos podría considerar pioneros en el uso de las nuevas técnicas, pero sí culpables de abandonar nuestro legado familiar”.
En la fundición trabajan 12 personas, incluidos algunos familiares. El trabajador más nuevo lleva 15 años, Ettore, hijo mayor de Marinelli, de veintitantos años, quien comenzó esculpiendo estructuras para la fundición. Cuando reciben visitas de grupos de alumnos de escuelas primarias, los Marinelli los alientan a que se dediquen a carreras artesanales. “Espero que las nuevas generaciones retomen las antiguas artesanías, como la nuestra, antes de que se pierdan del todo”, afirma. “En Italia no hay otra empresa como la nuestra”.
Una de las campanas de La Fundación Rotaria (están forjando varias), aún sin terminar, reposa en un rincón del granero del siglo XIX que alberga la fundición. Ya han preparado un molde de arcilla repujado con decoraciones de cera en las cuales se narra la historia de La Fundación Rotaria con elementos fundamentales como un retrato del fundador Arch C. Klumph; logotipos de programas como PolioPlus y las Becas de Rotary pro Paz, y el sello de la Zona 12 de Rotary, que abarca toda Italia y sus distritos, dedicados a llevar la campana a la Convención Internacional de Atlanta y luego a Evanston.
El primer paso que deben dar los artesanos al fabricar una campana es decidir la nota en la que debe sonar el bronce. Para tal fin se requieren cálculos complejos en base al diámetro la altura y el espesor de la campana. “El sonido nace en una nota”, indica Patriarca. La campana del Centenario de La Fundación Rotaria, de 42 centímetros de altura, tañerá con la nota A, para que coincida con la campana del Centenario de Rotary International.
Una vez decididas la nota y las dimensiones, se construye una estructura de ladrillos y se la recubre con una mezcla de arcilla y cáñamo. A continuación, con un modelo de madera le dan a la campana la forma adecuada. Eso es el molde interno, el “alma” de la campana, la parte hueca interior. Encima se le aplica otra capa delgada de arcilla, para formar la “falsa campana”.
Patriarca, a cargo de las decoraciones, primero esculpe las imágenes en plástico blando y después las presiona en un bloque de yeso para crear el bajorrelieve. A continuación, vierte cera en los moldes del bajorrelieve y presiona las imágenes resultantes sobre la falsa campana.
Acto seguido, se recubre la falsa campana con más arcilla y cáñamo para formar el molde externo, y una vez que éste se seca, las impresiones en cera marcan las imágenes en negativo en el interior. Los trabajadores retiran el molde externo con una polea, quitan la falsa campana y colocan el molde de nuevo sobre el alma. El hueco resultante se rellenará de bronce fundido para forjar la campana definitiva.
Se requiere un talento especial para este tipo de escultura. Incluso el escultor renacentista Donatello encargaba parte de sus bajorrelieves a los fabricantes de campanas por su dominio de esta técnica. Esculpir una sola imagen, como el retrato de Arch Klumph, requiere varias horas de concentrada labor. En otras fundiciones es posible que empleen computadoras a tales efectos, pero aquí todo se hace a mano.
“Trabajamos exactamente como hace 1.000 años”, indica Patriarca
Llevó aproximadamente seis meses llegar a esta etapa. Con campanas más pequeñas suele bastar con dos meses y para las más grandes y complejas puede hacer falta hasta un año.
Varios días después, llega el momento de moldear la campana del Centenario de La Fundación Rotaria. Varios gobernadores de distritos de distintas partes de Italia se han trasladado a Agnone para asistir al evento. Los artesanos han enterrado el molde de la campana en un pozo cercano al horno donde se funde a 1.200 grados centígrados el bronce, aleación compuesta de 78 por ciento cobre y 22 por ciento estaño. Una canaleta de ladrillo va desde el horno hacia el orificio arriba del molde de la campana, la única parte del molde que puede verse ahora.
Elio Cerini, ex director de RI, quien viajó desde Milán, pronuncia un breve mensaje ante el público que se congrega en el recinto. Provistos de guantes, los hermanos Marinelli están listos y cada uno de ellos sostiene una larga varilla de metal. Después de que Pasquale retira los carbones que se han usado para caldear la canaleta, con un gesto espectacular, Armando abre una compuerta que comunica con el horno y exclama: “¡Santa María!”, a medida que el bronce fundido fluye por la canaleta. Los hermanos empujan con las varillas el metal líquido hacia el molde y en ese momento su labor de varios meses culmina en esta escena en la que prácticamente juegan con fuego. Una vez terminada la operación, los hermanos se abrazan.
Mientras se enfría el bronce, nos invitan a un buen almuerzo y después regresamos todos a la fundición. Una polea retira la chamuscada campana del pozo. Luego, nos turnamos para rasquetear parte de la negruzca corteza bajo la cual aparece el resplandeciente bronce. (Posteriormente, los artesanos pulirán la campana, le colocarán el badajo y la afinarán antes de remitirla a Atlanta.)
“Lo que nos anima a seguir en actividad son eventos como el que acabamos de compartir con Rotary”, expresa más adelante, Marinelli. “Nos sentimos muy orgullosos. Se va a enterar el mundo entero”.
Es más, aunque casi 1.000 años de tradición familiar vinculan a los hermanos Marinelli a la fundición, sus obras amplían sus perspectivas mucho más allá de la localidad y de su propio país. “A los 18 o 20 años, intentas escaparte del pueblo, pero después te das cuenta de que tu trabajo te lleva a conocer el mundo”, afirma Pasquale Marinelli. “Hace poco estuve en África. Ahora esta campana de Rotary nos lleva a Atlanta y a partir de ahí tendremos la oportunidad de descubrir el magnífico mundo de Rotary”.
Durante mucho tiempo se han utilizado las campanas como medio de comunicación. Pueden sonar de distintas maneras para anunciar fallecimientos, celebrar una boda o como alarma. En muchos clubes rotarios, el tañido de una campana marca el inicio y el final de las reuniones. “En otras épocas, las campanadas eran fundamentales para comunicar los mensajes a la población”, afirma Patriarca. “El número de campanadas comunicaba el mensaje y las variaciones tonales contaban una historia”.
Cuando los Marinelli forjan una campana para una iglesia, un sacerdote toma parte en el proceso. “Rezamos con esperanza de lo mejor, porque se trata del nacimiento de una nueva criatura. Le deseamos felicidad a toda persona que escuche el sonido de las campanas”, afirma Armando Marinelli. “Las campanas de una iglesia son como la voz de Dios llamando a los creyentes”.
Las campanas de Sant’Antonio Abate, iglesia que lleva el nombre del santo patrón de los carniceros, solo suenan unas pocas veces al año, pero durante nuestra estadía en Agnone, nos invitaron a un espectáculo especial. Subimos la empinada escalera al campanario, donde se aprestaba a entrar en acción Vittorio Lemme, el ultimo maestro campanero de la localidad. Lemme tira de las cuerdas amarradas a las cuatro enormes campanas, hacia adelante y hacia atrás, acomodando y girando el cuerpo en un esfuerzo en el que se arriesga a lesionarse. El gélido viento sopla y despeina su hirsuta, ondulada cabellera. Sentimos el ensordecedor sonido vibrar en todo el cuerpo y, en esta trascendente experiencia por momentos también sentimos que las campanas resuenan en nuestras almas.
Cuando descendemos desde la torre, Lemme no para de recibir mensajes de texto y llamadas telefónicas para preguntarle por qué hoy las campanas suenan con un toque festivo. Y la respuesta no se hizo esperar: Las campanas suenan por Rotary, en homenaje por las buenas obras que La Fundación Rotaria ha realizado en los últimos 100 años, y las que continúa realizando en la actualidad.
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